jueves, 27 de agosto de 2009

Graham Greene, La última palabra

En La última palabra, texto poco conocido de Graham Greene, con su ya conocida inquietud por los abusos de poder, el británico denuncia el intento por silenciar la experiencia humana.


Aunque solamente fuese por título, "La última palabra" (...) parece útil desempolvar para el gran público este magnífico relato. Publicado en 1988 en el periódico inglés The Independent, recopilado en volumen por el autor en 1990 y traducido al castellano en 1991, se trata de un texto ciertamente privilegiado por el autor ya que "The Last Word" encabeza el último libro del inglés.

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"La última palabra" es un relato de ciencia-ficción. Género, que junto a otros denominados populares, tiene sus orígenes y se desarrolla, marcando modelos y paradigmas, en el mundo anglosajón. La ciencia ficción es un cauce que permite imaginar el futuro y crear un universo no conocido. Si uno de los componentes esenciales de este género es el juego de la imaginación, se intenta deleitar explorando posibilidades fantásticas en torno al futuro, otra de sus características más habituales es servir de advertencia, cuando no posee un valor profético, de denuncia o atiende a la descripción dramática del final de los tiempos. El relato de Greene deleita con las estrategias de un gran narrador, cumpliendo el primer rasgo; además con su ya conocida inquietud por los abusos de poder, el británico denuncia el intento por silenciar la experiencia humana.

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Esta "última palabra" de Greene nos deja dos perplejidades. La primera es que nos parece extraño que quien ha representado con tanto acierto los conflictos del siglo XX, desde la Viena de la posguerra, pasando por el Mexico revolucionario, Indochina o Cuba, abandone su presente para viajar hacia el futuro. ¿O es qué el género de ciencia-ficción le permite la crítica a la mayor de las aberraciones que pueda ocurrir en la historia, a saber, el intento por parte del poder de acabar con la conciencia y la memoria con la máxima "limpieza"? La segunda pregunta es por qué el escritor de la traición, el autor que magistralmente ha sabido describir este sentimiento de deslealtad, es decir, el más doloroso de los males en el que pueden caer el hombres, abandona este tema para dedicarse justo al opuesto. Greene, consciente de que la traición en sus múltiples movimientos y modulaciones es siempre una posibilidad del alma humana y que de ésta nacen los grandes conflictos que mueven la historia, desplaza en este relato su centro. "La última palabra" constituye un auténtico homenaje a la lealtad: la fidelidad de Juan es el reflejo de un pacto antiguo y por eso de una lealtad que es anterior al personaje, es la de un hombre que, mutilado y crucificado, sigue acompañando a su pueblo.

Gudalupe Arbona Abascal. Artículo entero en http://iglesia.libertaddigital.com/el-ultimo-cristiano-1276229290.html

Actualidad de Pasolini, su respuesta al Poder único


Recomendamos los Escritos corsarios de Pier Paolo Pasolini, a través de esta reseña donde se muestra la importancia y actualidad del tema del poder en la obra del escritor y cineasta italiano.


Entre 1973 y 1975, Pasolini escribió en el Corriere della Sera una serie de artículos, los Escritos Corsarios, que tienen muchos análisis sociológicos, pero sólo un gran tema filosófico: el Poder. Así, escrito con una letra mayúscula. El Poder ha logrado una conquista "milenaria", una "revolución antropológica" a través de un consumismo "homologador" que se afirmó en los años 60 gracias a la televisión y la infraestructura. Junto con las luciérnagas, el símbolo de Pasolini para designar un mundo vinculado a la realidad, el Poder hizo perder un idioma, una cultura, a la Iglesia y muchas otras cosas que afirmaban la singularidad de cada hombre y sus raíces en su pueblo. ¿En nombre de qué? De un hedonismo violento y totalitario, "más que el facismo", que manipula los deseos, que sólo deja una plana y desolada tristeza.

Más allá de las polémicas de la época -el papel del Partido Comunista, las máscaras democristianas, las escaramuzas entre los intelectuales de la izquierda- veamos si hay algo original y necesario en el análisis de Pasolini. Según la introducción de la edición de Garzanti, a cargo de Berardinelli, Pasolini no descubrió nada nuevo. La fuerza homologadora de la sociedad de masas ya la habían denunciado los estudiosos de la Escuela de Frankfurt (Marcase, Marx y demás). Pasolini descubrió solo, existencial, lo que todos habían dicho en teoría. Si sólo fuera así, los Escritos Corsarios serían un patético documento, en el sentido etimológico del término.

Es cierto que el factor existencial cuenta. Pasolini no fue sólo un burgués intelectual: "sé bien, querido Calvino, cómo se desarrollara la vida de un intelectual. [...] Lectura, soledad en el laboratorio, por lo general círculos de unos pocos amigos y muchos conocidos, todos intelectuales y burgueses. Una vida de trabajo y, básicamente, respetable. Pero yo, al igual que el Doctor Hyde, tengo otra vida". Por esta sufriente apuesta existencial, Pasolini frecuentaba otros ambientes y vio que había ocurrido algo distinto de lo habitual.

El Poder siempre ha existido, pero el punto de inflexión que denunciaba Pasolini es el hecho de que este Poder, que siempre se había manifestado en el corazón de cada uno (el ídolo de la Biblia) y en formas políticas autoritarias (las dictaduras del siglo XX), ahora se mostraba en su forma última. Un Poder único que tiene como naturaleza manipular el deseo del hombre y hacerle creer -lo recordaba Foucault- que es ese deseo el que da vida. En la visión apocalíptica de Pasolini el Poder está escrito con mayúscula porque es el dios de hoy, y es el último dios: la mentalidad a la que todos somos, servimos y que nos da forma a todos -incluso físicamente todos somos idénticos-, que todos construimos con nuestra colaboración no sin que alguno se beneficie (quizás hay alguien que decide). El Poder único y apocalíptico sería el único descubrimiento "teorético" sobre el que merecería la pena seguir discutiendo.

¿Pasolini tenía razón? ¿Qué decir de hoy, treinta años después de los Escritos Corsarios? Como predijo, los fascistas y anti-fascistas ya no existen, enterrados por la uniformidad del deseo que ya les dominaba, lengua y cultura están del todo homologadas. Los deseos están homologados. La globalización e internet han completado la labor de la televisión. Tal vez la más profunda obra del Poder único es la de haber convencido a todos de que no puede y no debe haber un significado exhaustivo por el que valga la pena sacrificarse. La destrucción de la integridad del deseo provoca una vida fragmentada en zonas y sectores (de cualquier tipo: progresistas, conservadores, católicos, musulmanes, etc.) nunca totalizadores. Tal vez Pasolini se sorprendería al ver que la ética, en la que él confiaba un poco, se ha convertido en la panacea para todos los males, ya sean los de la crisis económica o los del gobierno. Pero si hay un Poder único, ¿no es ético por definición?

¿Existe una alternativa? En los Escritos Corsarios hay algunas ideas para la Resistencia (mayúscula contra mayúscula): ser leales a ciertas evidencias ("sin sentido común la racionalidad es fanatismo"), encuentros verdaderos y humanos, luchar contra el nominalismo ("yo vivo en las cosas"). Sólo entonces podemos vivir esa alegría que el Poder homologador odia: "¿No es la felicidad lo que cuenta? ¿No es por la felicidad que se hace la revolución?".

Giovanni Maddalena17/07/2009 - Publicado en Páginas digital http://www.paginasdigital.es/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=1073&te=19&idage=2027&vap=0

Clásicos actuales: Paul Auster, The country of the last things

The country of the last things, la excelente novela corta de Paul Auster, en una lectura que relaciona su alucinado mundo con el infierno dantesco.

The country of the last things (El país de las últimas cosas) es la novela corta que Paul Auster publica en 1987, inmediatamente después del gran éxito La trilogía de Nueva York. Puede dejar sin aliento incluso a los lectores más avezados en el famoso escritor estadounidense. Es como entrar en una alucinación, dan ganas de restregarse los ojos para ver si no leímos mal, si no pudiéramos, rápido, volver a la normalidad.

El texto es la carta de una valiente joven a su novio, leemos la lectura que hace este muchacho, compartida, claro, con un número ya incalculable de lectores. En ella Anna Blume contará paso a paso su fantasmagórica vida en un país donde todo se terminó o se está por terminar: la comida, la vivienda, la ropa, los zapatos, el cariño, el deseo, el conocimiento, los libros, los intelectuales, la política, los niños, la posibilidad de salir de allí, y un largo, muy largo etcétera.

Anna llega para buscar a su hermano William, que partió hacia este no país como corresponsal del periódico donde trabajaba. Después de unos meses no se supo nada de él, como de tantas otras cosas dentro de este lugar devorador. Viaja sola, y llama “cruce” a este viaje. Queda lejos este país, tardó diez días en llegar y cuando desembarcó “…la costa estaba completamente oscura, sin luces en ningún sitio, y yo tuve la sensación de que penetrábamos en un mundo invisible, un lugar donde sólo vivirían los ciegos...”

Inevitable recordar las palabras que fundaron, hace seis siglos, la ausencia eterna de color en la orilla infernal. Dante llega, junto a su maestro Virgilio, después de haber cruzado el Aqueronte, a la orilla del Infierno:

“Me encontraba, en verdad, hacia la proa de aquel valle, abismo de dolor, que resuena con ayes infinitos. Era oscuro, profundo y de tal modo envuelto en tinieblas, que al mirar a lo lejos no distinguía cosa alguna. (...) 'Bajemos al mundo ciego –dijo el poeta, que estaba pálido- Yo entraré primeo, y tú, detrás'. Y yo, que me había dado cuenta de su palidez, dije: ‘¿Cómo podré avanzar, si tú, que sueles confortarme en mis vacilaciones, tienes miedo?’ Me contestó: ‘Es la angustia por los que están aquí la que se me pinta en la cara, y esa piedad es la que tú confundes con el temor; vamos ya, que el camino es largo.”

Anna, en cambio, no tendrá más guía y consuelo que una foto. No hay maestros vivos y presentes para esta señorita. Este otro mundo en el que se interna Anna, tan extraño y enloquecido, es como un gran círculo del infierno de la Divina Comedia, donde el contrapaso de los condenados fuera correr sin aliento y sin descanso impulsados por una necesidad que no se sacia jamás. En la vida, en el mundo que está del otro lado de este infierno, quisieron saciarla con lo que no correspondía a una sed ilimitada: con “cosas”, “things”. Ahora correrán sólo detrás de las cosas, a causa del hambre:

“Pero la gente es insaciable; el hambre es una maldición que acecha cada día y el estómago es un abismo sin fondo, un agujero tan grande como el mundo”... “No importa cuánto puedan conseguir, nunca será suficiente” (pp. 14-15)

Corren detrás de la basura o para conseguir objetos de deshecho, revenderlos y poder comer. O corren, simplemente, hasta dejarse morir -apoyados por otros corredores en los cuantiosos clubes de suicidas y de eutanasia que existen- identificando la muerte con su último deseo. Y cuando recuerdan ese deseo infinito, tienen a mano sólo mentiras para aplacarlo, un “lenguaje fantástico” en el que se habla únicamente empezando con un ‘yo desearía’, expresión a la que debe seguirle un deseo infantil e imposible: ‘desearía que el sol no se pusiera nunca’. Situaciones que nunca podrían convertirse en realidad:

“Pero cuando la fe desaparece, cuando comprendes que ni siquiera te queda la esperanza de recuperar la esperanza, entonces tiendes a llenar los espacios vacíos con sueños, pequeñas fantasías y cuentos infantiles que te ayuden a sobrevivir. Hasta a la gente más endurecida le resulta difícil contenerse; de repente dejan lo que están haciendo y se sientan a hablar de los deseos que han ido brotando en su interior.” (p.20)

Magistralmente, Paul Auster pintó al hombre de esta era fácil, incómodo en su nueva condición de criatura despojada de la materialidad e intentando volver a su comodidad en este país desértico. No hay “ayes infinitos” sino el infinito buscar estrategias para sobrevivir, o para dejar de vivir. Los viajes por Cuba y por México le dieron algunas ideas al autor: “Tal vez podría decirse que las piedras -que los ciudadanos arrojaban- representan el descontento del pueblo por un gobierno que no hace nada por ellos hasta que mueren. Pero eso sería hilar demasiado fino; las piedras son una expresión de infelicidad y eso es todo.” (29)

Esta infelicidad es el motor de Anna, que suceso tras suceso, encuentra lo que ni siquiera fue conciente que buscaba: la amistad, el amor, la maternidad, la caridad. Como se afirma en una entrevista al autor: “Los personajes de Auster intentan ser felices a la altura de sus circunstancias, cuando en algunos casos éstas no dan más que para la desolación”

Mucho más que una novela anti-consumismo, estas páginas son una advertencia sobre cuán breve, efímera e insatisfactoria puede ser la promesa del falso cumplimiento de los más íntimos y perennes deseos del hombre.

Alicia Saliva

Clásicos actuales: Gran Sertón: veredas, de João Guimarães Rosa

Gran Sertón: veredas es considerada como el epígono de la literatura brasileña del siglo XX. Es sin duda una epopeya “…guiada por la extrema presencia de la fe”, como decía el poeta Cavalcanti Proença.

“Viviendo se aprende, pero lo que se aprende,
más, es sólo a hacer otras preguntas mayores”
Guimarães Rosa (Gran Sertón: veredas)

Leer Gran Sertón: veredas de João Guimarães Rosa es rehacer el gran viaje de la vida guiados por quien ya lo transitó y ahora, al volver a contarlo, quiere “….saberlo todo diferente: lo que quiere no es el caso completo en sí, sino la sobre-cosa, la otra-cosa”, va detrás de esta memoria de su vida “….queriendo hallar el rumbito fuerte de las cosas”.

Se recorren sus seiscientas páginas como se vive la existencia humana, camino largo y complejo que se resume en el título Gran Sertón: veredas. El ‘sertón’ (sertão) son las vastísimas tierras incultas del interior del Brasil, un inmenso territorio cruzado por las ‘veredas’, valles que se forman entre las sierras y mesetas desérticas del sertón. Los misteriosos dos puntos del título son como un lazo fuerte, que irá desvelando su significado en la lectura, entre el gran desierto y el valle fértil, rodeado de palmeras de burití y pequeños ríos: “¡Viajar! pero de otra manera: ¡transportar el sí de aquellos horizontes!” (395)

La crítica, desconcertada ante una obra de la índole de Gran Sertón cuando se publica en los años cincuenta, ha consagrado luego a Guimarães Rosa y a esta novela en particular como el epígono de la literatura brasileña del siglo XX. Es sin duda una epopeya “…guiada por la extrema presencia de la fe”, como decía el poeta Cavalcanti Proença.

Un forastero quiere conocer el sertón, “este mar de territorios”. Riobaldo, yagunzo de por allí (así se llamó a los singulares justicieros de esa inhóspita tierra) desea acompañarlo y mostrarle todo lo que él ha visto y vivido, pero ya está viejo para cabalgar junto al extranjero, lo acompañará entonces por el sertón a través del relato de sus recuerdos: “…los altos claros de las Almas: el río se despeña de allí, en un afán, espuma próspera, bruje; cada cascada, sólo tumbos [...] Quien me enseñó a apreciar esas bellezas sin dueño fue Diadorín” (42) El yagunzo cuenta su vida, entretejida desde muy joven por el hilo de un amor secreto: “Por todas aquellas lejanías he pasado, con persona mía a mi lado, queriéndose bien la gente. ¿Ya calculó, sufrido, el aire que es añoranza?”

Riobaldo une su camino al de este otro yagunzo, Diadorín. Nombre sonoro, con dos significados que nos guían en la lectura de toda la obra (en Guimarães es una constante la meditación sobre el lenguaje, en el que el hombre se descubre a sí mismo). Diadorín quiere decir tanto “travesía del dolor” (διά: a través; δορ: dolor) como “don divino”. Por si fuera poco, en la etimología de su versión femenina Diadorina, tendríamos Δια: Zeus y δορος: regalo. Riobaldo atraviesa el sertón junto a Diadorín, y aprende en su compañía las primeras verdades, como por ejemplo que el amor es una ofrenda y no es distinto al mayor de los sufrimientos: “El corazón es esto, todos estos pormenores. El amor, ya de por sí, es un algo de arrepentimiento.” (55)

Alicia Saliva

Borges y el Infinito

La siguiente entrevista publicada en La Nación descubre un aspecto de la obra de Jorge Luis Borges muy poco mencionado por la crítica: su percepción aguda y dramática de la existencia del Misterio.

Destacan el espíritu religioso que esconde la obra de Borges

De Jorge Luis Borges se ha dicho que fue un panteísta nihilista, un nominalista, un seguidor del platonismo y un agnóstico. Hasta ahora, los críticos y exégetas del gran escritor argentino coincidían en descartar un Borges de inclinaciones religiosas.

Sin embargo, el italiano Biagio D’Angelo, doctor en teoría literaria por la Universidad de Estudios Humanísticos de Moscú, afirma que Borges fue “un hombre religioso que percibió la existencia de un misterio que hace a todas las cosas”.

D’Angelo, también decano y profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad Católica Sedes Sapientiae, de Lima, Perú, y miembro de la Asociación Internacional de Literatura Comparada, escribió Borges en el centro del infinito (editado por esa universidad), libro que reúne 11 ensayos sobre la obra poética y narrativa del autor de El Aleph. Uno de ellos está dedicado por entero a la religiosidad en Borges.

“He intentado despojar a Borges del aura de poeta o escritor totalmente refractario a cualquier tendencia, digamos así, metafísica, que le asigna la crítica tradicional”, dijo D’Angelo en diálogo con LA NACION durante una reciente visita que hizo a la Argentina, donde ofreció conferencias en distintos ámbitos académicos.

-Usted sostiene que Borges fue un hombre religioso, pero él mismo se decía agnóstico.

-Ser agnóstico significa admitir la imposibilidad de conocer a Dios, y eso es algo diferente de la irreligiosidad. Percibí que lo agnóstico era en Borges una forma de realismo ontológico; es decir, el de la criatura que sabe que nunca podrá conocer a Dios. La misma ceguera en él es alegórica y no solamente física. Parece decir: "Yo no podré ver a Dios; lo veré sólo después, cuando encuentre los arquetipos, los esplendores sagrados". El agnosticismo en Borges, para mí, es una forma de humildad del poeta.

- ¿En qué consiste entonces su religiosidad?
-Hay en él una percepción de un misterio que hace a las cosas; aun cuando lo niega, en su obra mantiene una relación dramática con ese misterio. Que se llame Dios o se llame Aleph es lo mismo. Considero lo religioso una última playa de la razón, y Borges, que es un hombre eminentemente de la razón, intuyó que el último trabajo de ésta es percibir el misterio que hace al universo. Esta suerte de religiosidad en él se une con lo que podríamos llamar un punto de fuga.

-¿Cuál sería?
-El reconocimiento de que en la percepción humana hay algo que escapa a todo esquema, pero sin lo cual no se puede justificar la existencia de las cosas, ni la propia. En una comunicación de radio con Antonio Carrizo, Borges dice: "He dudado de Dios, pero no de su cara".

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Por Silvina Premat
De la Redacción de LA NACION. Entrevista completa en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=875556

Sobre la lectura

Recomendamos esta relfexión de la Dra. Guadalupe Arbona sobre los motivos profundos de la disminución mundial de la lectura. Y sobre por qué es un valioso desafío vital volver a leer.


George Steiner en uno de sus artículos afirma que "nuestra civilización de hoy es, en puntos decisivos, una civilización después de la palabra". Esta afirmación aparentemente genérica se traduce en un abandono -práctico, no teórico- de la lectura y, consecuentemente, de estima por los libros. De hecho los datos de las estadísticas son elocuentes, a pesar del elevado número de títulos publicados en España, los índices de lectura descienden sin parar. Parece que la decisión de emprender la lectura de un libro entraña fatigas, esfuerzos y pocas esperanzas de compensación. ¿Qué es lo que ha pasado, por qué un libro hace bien poco era un bien precioso y hoy uno de los graves problemas de las editoriales es saldar o destruir los fondos que de ser nuevos pasan en poco tiempo a ser un estorbo? ¿Por qué los libros son mirados con recelo, casi de reojo y rehusando todo lo que huele a clásico, como si clásico fuese sinónimo de tedioso?

El libro se ha convertido en un objeto molesto y ajeno, y eso en el mejor de los casos, y si se exceptúa algún best-seller que se estructura con la gramática del serial televisivo o en el caso de que guarden alguna relación con la dinámica de la película de aventuras. Sería fácil echarle la culpa a la cultura de la imagen. Casi todos lo piensan: después de la palabra, la imagen. Ya no se lee, dicen algunos, porque la palabra ha sido sustituida por la imagen. Demasiado simplificadora esta respuesta, e ingenua, porque la palabra crea imágenes. El problema no es la competencia del mundo visual, que bienvenido sea, la cuestión es más profunda y radica en la terrible escisión que se ha producido ente palabra y mundo, entre lenguaje y realidad, como señala el reciente Premio Príncipe de Asturias de Humanidades. Ya para Kant el realismo inocente de poder nombrar lo que se ve aparece herido de muerte; después llegó el refuerzo del psicoanálisis que vino a fortalecer la desconfianza en la palabra, cualquier historia o relato parecía encubrir una colección de oscuras pulsiones. A estos dos movimientos se añaden la campaña emprendida por el universalismo científico que desde el siglo XIX se empeñó en purificar el lenguaje y en convertirlo en objeto de ciencia. La demoledora fuerza del positivismo quiso hacer no sólo del lenguaje, también de la obra de arte algo semejante a una rata susceptible de ser diseccionada en un laboratorio o a un familiar líquido que analizado en una probeta nos da su composición H2O. Esta pretensión científicista forzaba en primer lugar a los filólogos y al mundo de la Academia pero poco a poco llegó a los creadores. Reuniendo estas tres corrientes de pensamiento, aparecen las dos grandes tragedias del siglo XX; las dos contiendas bélicas, y especialmente el holocausto, contribuyen a quebrar los hilos más tiernos de la relación entre lo que se dice y su significado.

Este abismo entre mundo y palabra ha sido testimoniado dolorosamente por algunos, baste pensar en Finnegans Wake de Joyce, donde las lenguas se dehacen; en La tierra baldía de T.S. Eliot, poema en el que describe esa Europa desolada y sin primaveras. Y de manera diferente, esta disociación se refleja en ese mundo que busca perpetuar un tiempo autónomo y autosuficiente de En busca del tiempo perdido de Proust. O esos terribles libros que Kafka quería que fuesen como "hachas que quiebren la mar helada que llevamos dentro". Son distintas formas de describir el dolor de un mundo quebrado en su inocencia primera. Pero todo empezó antes y esto son destellos elegíacos o proféticos de un proceso que quiso negar la misteriosa, que no inexistente, relación entre ficción y realidad. Y con esta fractura se perdía la confianza en poder nombrar las cosas, explicarlas con parábolas, fantasear a partir de ellas, preguntarse por el sentido, denunciar sus miserias, jugar con agradecimiento o divertirse con sus gracias.

(...)

El libro deja de ser ajeno cuando el mundo que refleja es elocuente para nuestra experiencia; cuando se convierte en una verdadera experiencia estética de participación en algo que antes no teníamos. De pronto, ante nosotros aparece el libro con su prodigiosa estructura material: la página de papel, blanca, lisa de la que nacen - en negro- amores y muerte, contemplaciones y rebeliones, amigos y enemigos. Así comienza a ser necesario cuando admitimos, como el niño que reclama el cuento de los labios de su madre, que nos adentramos en un mundo, en una experiencia, en una situación que no hemos generado nosotros, cuyo recorrido tenemos que aprender a descubrir, y del que desconocemos el final. Ya lo decía C.S. Lewis, la lectura es una aventura sólo si es equiparable con un paseo en bicicleta por caminos desconocidos y guiados por alguien que ya los conoce. A esta actividad la llama recibir -en el sentido activo del término, participar de lo que se recibe- la obra de arte. Lo contrario es montar en bicicleta, con un motor añadido, por caminos ya trillados. A esto lo llama usar la obra de arte.

Solamente es posible abrir y pasar las páginas de un libro cuando nos sentimos necesitados de más mundos, cuando anhelamos más tiempos, cuando queremos codearnos con reyes traidores, con enanos liliputienses o paraísos fantásticos, cuando se quiere sufrir y gozar de nuevo con los amores de dos que se juraron amor eterno o descubrir algo más de nosotros mismos, de nuestras aspiraciones y melancolías y de quién las ha satisfecho… En definitiva, esos ajenos e innecesarios objetos dejan de serlo cuando con ellos queremos poseer un poco más este mundo, que no es "ancho y ajeno" sino grande y desafiante, y poseerlo un poco más con las palabras.

Guadalupe Arbona Abascal. Artículo completo publicado en Revista Calibán http://www.archimadrid.es/deleju/caliban/revistas/2001/oct10/pag14/01.html

martes, 25 de agosto de 2009

Williams y Los Endemoniados

Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury (Iglesia Anglicana) nos invita a leer “Los endemoniados” de Fiódor Dostoyevski: "…the publication of Devils fulfilled his worst fears … . It is a merciless expose of certain aspects of the Russian revolutionary movements of the mid 19th century, and of the various kinds of revolutionary and terrorist psychology...."

http://www.archbishopofcanterbury.org/803

domingo, 23 de agosto de 2009

Lectura clásica, con el celular.

Los celulares inteligentes están en camino de cumplir muchas de las funciones de las computadoras personales, accediendo a los recursos que ofrece Internet. Ello ocurre no sólo porque están aumentando sus posibilidades de procesamiento, sino también debido a que sus pantallas están aumentando de tamaño. El celular tiene muchas desventajas frente a laptops y netbooks, pero también una gran ventaja: su tamaño muy reducido permite utilizarlo fácilmente en medios de transporte públicos, en esperas ante trámites, mientras caminamos, etc. Aquí va mi experiencia en cuanto al uso de mi teléfono como un vehículo para acceder a obras literarias clásicas, para lo cual creo que está bien preparado.

Comencemos con la lectura: ésta se hace por medio de un software que la facilita. En mi iPhone tengo dos, el Stanza y el eReader, mientras que para la línea Palm puede utilizarse el Plucker. Estos programas hacen que los textos se adapten en su formato a la pantalla y permiten que cada lector ajuste el tamaño de la tipografía a su capacidad visual. A primera vista, podría parecer que leer de esta manera es muy cansador, pero no es así: en buena medida es un tema de costumbre. En este momento, estoy releyendo por medio del Stanza Crimen y castigo, de Dostoievski, texto que se obtiene en el Proyecto Gutenberg, sitio que ofrece unos 30.000 libros gratuitamente en formato electrónico. Todas estas obras se descargan directamente al celular, sin necesidad de la intermediación de un ordenador. En el último tiempo se han leído mucho obras de Dickens, Austen, Twain y Conan Doyle. La capacidad de lectura con el iPhone es tal que lo ha transformado en el principal competidor de Kindle, el visualizador de ebooks de Amazon.

Si lo que se quiere es escuchar un libro, puede recurrirse a un audiobook , también accesible con el teléfono. Un sitio gratuito especializado en estas obras es Librivox, aunque también hay muchos disponibles en el Proyecto Gutenberg. La calidad de los audiobooks sin costo varía mucho, ya que, en general, son grabaciones de voluntarios. Yo escuché, por medio de mi teléfono, lecturas excelentes de El hombre que fue jueves , de Chesterton, y La metamorfosis, de Kafka. Lamentablemente, las obras en español son más escasas, pero un buen inicio es comenzar con El Quijote . Si lo que se desea es escuchar debates o conferencias sobre humanidades, hay que recurrir a un podcast , que es emitido regularmente por personas e instituciones: yo estoy suscripto a Philosophy Bites, donde puedo escuchar presentaciones, por ejemplo, sobre Kant, Parménides, Nietzsche y Kierkegaard.

En el caso de los videos, puede utilizarse el Internet Archive, un depósito inmenso de materiales de todo tipo, incluyendo culturales y educativos. Entre sus innumerables archivos pueden encontrarse una clase sobre literatura española, una sección de Lady Macbeth de Mtsensk , con música de Shostakovich, o una adaptación experimental de El Aleph , de Borges.

El uso portátil de estos recursos tiene hoy la limitación del precio de los celulares y su conectividad, que varía según el horario o el lugar geográfico. Generalmente, no se presentan problemas al bajar un texto, pero sí puede ser, en ocasiones, difícil descargar un audio o un video. Sin duda, en poco tiempo se subsanarán estas limitaciones, haciendo que los celulares no sólo sirvan para comunicarse o divertirse, sino también para enriquecernos culturalmente.

El autor es rector del Eseade.

Publicado en La Nación 21/8/2009